Luego de 12 años de ausencia del mundo literario, Bret Easton Ellis nos trae la que quizás sea la mejor novela de toda su carrera: Los destrozos, publicada en 2023. Concebida como una memoria autobiográfica de carácter ficcional, nos cuenta los eventos que se desarrollaron durante su último año de secundaria en un colegio de élite californiano en 1981 junto a una serie de personajes que en ese momento constituían su círculo social.
Desarrollada como thriller cargado de adrenalina, nos presenta una aguda crítica social, un trepidante retrato de perversiones fatales y una cápsula del tiempo sobre la cultura de la costa oeste de los Estados Unidos durante los años ochenta. Originalmente serializada a través de podcasts, este relato escrito por un narrador poco fiable nos muestra a un Bret Easton Ellis en su mejor forma: intenso, sagaz, atrapante y desbordante de talento.
¿Sobre qué trata Los destrozos?
La novela sigue los pasos de un Bret Easton Ellis de diecisiete años que atraviesa su paso final por la preparatoria Buckley e intenta calibrar sus deseos reprimidos internos con las demandas de su círculo social. En esta escuela, todo se basa en el estatus y las apariencias, y Bret mantiene un noviazgo con la joven Debbie Schaffer, cuyo padre es un importante guionista de Hollywood, con el fin de esconder su homosexualidad. Su existencia se limita en fingir una unión feliz con Debbie al mismo tiempo que mantiene una amistad con la pareja más popular y atractiva del colegio: Thom Wright y Susan Reynolds. En secreto, sin embargo, tendrá relaciones íntimas y de caracter sexual con otros dos compañeros de colegio que, a simple vista, parecían ser heterosexuales: Ryan Vaughn y Matt Kellner. Las aventuras de estos personajes, basados en personas de la vida real que compartieron clases con el autor, conforman el universo dentro del cual se desenvuelve la novela: un mundo de drogas, sexo y autoengaños permanentes.
A principios del último año de secundaria, un asesino en serie empieza a azotar la costa californiana. La prensa lo ha llamado "El Arrastrero". Cuerpos mutilados, cosidos y ensamblados de muchachas adolescentes aparecen por doquier, a medida que los medios reconstruyen el modus operandi del criminal: días antes de los secuestros y asesinatos, la víctima es acechada mediante llamadas telefónicas y correspondencia no deseada, las mascotas de su barrio se desvanecen y los muebles dentro de su casa aparecen misteriosamente cambiados de lugar. Bret empieza a obsesionarse al extremo con estos crímenes cuando un hecho fortuito pone a su mundo patas para arriba: la llegada de un nuevo estudiante a su curso, el enigmático Robert Mallory.
Robert es atractivo, carismático, misterioso y rápidamente se involucra en el grupo social de nuestro protagonista, quien está convencido de haberlo visto antes en un cine. Sin embargo, algo no le cierra del todo sobre la personalidad de Robert y desconfía completamente de él. De manera irracional, sospecha que el muchacho está involucrado con los crímenes del Arrastrero. Poco a poco, esta creencia irá haciéndose más y más plausible, a medida que los homicidios empiezan a girar alrededor de Robert, quien también parece estar obsesionándose con Bret.
En un juego de espejos magistral, Bret Easton Ellis nos trae un relato sobre la superficialidad de los altos círculos hollywoodenses, sobre la fragilidad de la psiquis humana y sobre los celos y la rabia reprimida.
La estética como motor del relato
Al igual que en la mayoría de sus novelas, Bret Easton Ellis le otorga a las cuestiones estéticas un rol principal en la construcción de su obra. En este caso, la ambientación de principios de los ochenta, con las bandas musicales que estaban de moda, los restaurantes chic que se estaban popularizando, el tipo de fiestas que los jóvenes frecuentaban y aquellas películas consideradas "cool" resultarán fundamentales para la creación de la identidad del protagonista. En una narración que se siente por momentos onírica y fantástica, Bret se encuentra constantemente anestesiado por el cóctel de drogas y medicamentos que toma para calmar su ansiedad, y utiliza a la música y al cine como mecanismos de escape para sus propios momentos de estrés.
La anacronicidad de los posters que el asesino deja como correspondencia a su futuras víctimas, generalmente de bandas musicales que ya no están "de moda", vienen a irrumpir en el ethos cultural en que están sumergidos los jóvenes, de la misma manera que El Arrastrero perturbará la tranquilidad de los barrios californianos a los que azota. En un círculo social donde las pretensiones de clase y el qué dirán tienen un significado trascendente, la superficialidad ayudará a estructurar la historia.
La tecnología del momento, con sus máquinas contestadoras, sus reproductores de casettes, sus autos ochentosos y sus televisores anticuados aparecen como constante recordatorio de una época extinta, confiriéndole a la historia la cualidad de una pieza de época.
Un elemento importante, que suele aparecer en muchas novelas del autor pero que aquí se encuentra muy exacerbado, es el de las escenas de sexo. Aparecen narradas de manera explícita y sin ningún tipo de censura. Si bien no se trata de escenas demasiado prolongadas -dado que el protagonista es menor de edad- sí refleja a la perfección la obsesión erótica de todo adolescente de la edad de Bret. Los personajes masculinos, especialmente, se encuentran sumamente sexualizados, con continuas descripciones que se fijan en su glúteos, sus entrepiernas, sus pectorales, sus bíceps, sus labios y la vestimenta que llevan puestas. El autor no nos deja olvidar ni por un segundo de que su joven protagonista es un muchacho que está lidiando con su propia homosexualidad reprimida y que, constantemente, ésta puja por salir a la luz.
¿Es una novela de terror?
Si bien Los destrozos es oficialmente un thriller psicológico y algunos la encuadran dentro de la llamada "ficción literaria", hay fundamentos para considerar a éste como un libro de terror. La historia se desenvuelve con un ritmo sensacional, sus páginas nos describen con lujo de detalles las torturas, mutilaciones y cadáveres que involucran al Arrastrero y la amenaza latente que se cierne sobre sus personajes es muy palpable para el lector. Al mismo tiempo, la sensación de paranoia que el libro transmite es constante y la sucesión de escenas espeluznantes que parecen sacadas de un slasher le otorgan a la novela una cualidad terrorífica muy difícil de ignorar. En lo personal, pienso que muy fácilmente podría catalogarse a esta obra dentro del llamado "terror elevado" o "terror literario" que con tanta fuerza está empezando a emerger en los Estados Unidos.
Una historia liberada a la interpretación individual
A medida que el lector se va acercando hacia el final de la novela, en lugar de revelaciones que aclaren la situación, empiezan a aparecer hechos y eventos que empantanan la comprensión de lo que está sucediendo. El autor empieza a hacer un juego de espejos entre el protagonista (Bret) y el antagonista (Robert Mallory). El tipo de conducta que Bret intenta con tanta urgencia convencernos de la que Robert es partícipe es exactamente la misma que él demuestra a través de sus acciones. Acusa a su enemigo de espiarlo y manipularlo, al mismo tiempo que él espía y manipula al pobre muchacho. Acusa de crímenes a su nuevo compañero de los que él mismo está siendo acusado por él. Poco a poco, el lector empieza a comprender que no se encuentra ante un narrador fiable y que no podemos saber con exactitud cuál versión de los acontecimientos es la más creíble.
Si bien la trama lleva a una conclusión final, ésta termina completamente liberada a la interpretación. ¿Es Robert Mallory el Arrastrero? ¿Hay un asesino suelto que se salió con la suya pese a todos los esfuerzos de Bret? ¿Es Bret el Arrastrero? ¿Existió realmente un Robert Mallory? ¿Fueron todos esos adolescentes asesinados o simplemente víctimas de muertes dudosas? ¿Qué es real y qué imaginario? ¿Cuánto de la narración ha sido una manipulación perpetrada sobre el lector. Una y otra vez, las respuestas a dichas preguntas generan más preguntas. La naturaleza ambigua de la historia y sus personajes pueden ser resumidas con una de las más célebres y más perturbadoras frases con que Robert responde a las inquisiciones del propio Bret:
"Cuando hablas conmigo, en realidad te estás hablando a ti mismo, amigo."
¿Quién debería leer Los destrozos?
Personalmente, considero que esta novela tiene el potencial de agradar a una audiencia muy amplia. Si sos fan de los thrillers, las novelas policiales, el true crime, el terror, la ficción literaria, las novelas con humor negro, las críticas sociales y los años ochenta, definitivamente Los destrozos va a resultar una propuesta muy atractiva para añadir a tu lista de lecturas. Se trata de una obra madura, reflexiva, inteligente y sumamente entretenida.
Desde que se publicó, el autor se encuentra en tratativas para producir una adaptación en el formato de miniserie para HBO. Si el proyecto termina llevándose a cabo, no tengo dudas de que se transformará en un gran éxito.
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