Una tendencia que he visto últimamente en todas partes del mundo es cierta actitud de desprecio hacia las grandes ciudades. Nos vemos inundados por la narrativa de gente que se va a vivir al campo, que se aleja de los centros urbanos, que decide hacer home office a distancia y jura mejorar así su calidad de vida. Si bien hay un componente elitista en tales relatos (mucho profesional de champagne que se pasó los últimos dos años en casita, con pijama, mientras el resto seguíamos trabajando con ingresos reducidos y algunos quedándose sin trabajo por la cuarentena totalitaria), todo indica que será una moda que continuará popularizándose en los próximos años. Parece que cada semana encuentro en los diarios un artículo cuyos protagonistas -usualmente jóvenes con empleos no presenciales bien remunerados- se explayan con gran pomposidad sobre lo hermoso que es vivir alejado de todos los problemas de la ciudad: la contaminación, la inseguridad, la muchedumbre, el estrés, etc. Me gustaría, desde mi humilde lugar, contrarrestar un poco dichos relatos y contarles por qué, personalmente, amo vivir en la ciudad.