El rol de la enfermedad en la literatura del siglo XIX

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    El siglo XIX fue, en muchos sentidos, un siglo de fragilidades. A lo largo de Europa y en parte de América, la enfermedad marcó el pulso de la vida cotidiana. Devastó países enteros, dejó cicatrices en el imaginario colectivo y halló un lugar privilegiado en la ficción. La tuberculosis, el cólera, la sífilis, la "melancolía" —y otras dolencias que hoy ya no existen en la literatura científica— se convirtieron en símbolos, fuerzas narrativas y protagonistas de numerosas obras literarias.

    Los escritores del siglo XIX, muy especialmente, utilizaron a la enfermedad como reflejo de las tensiones privadas y sociales de las sociedades en que publicaron sus obras. La fragilidad física que les rodeaba se volvió un lenguaje propio, una forma de hablar de lo que no se decía en voz alta: el deseo prohibido, las desigualdades de todo tipo, el encierro doméstico y la angustia espiritual.

Una Europa de modernidad y vulnerabilidad

    El siglo XIX fue un período de transformaciones profundas. En sus crecientes y caóticas ciudades convivían los avances industriales y la miseria urbana, el desarrollo de la ciencia y la persistencia de antiguas supersticiones, la visión de progreso y el miedo generalizado ante las epidemias que distribuían muerte por doquier.

Una medicina semi primitiva

    Aunque los avances científicos habían comenzado a profesionalizar la medicina, su capacidad real continuaba siendo limitada. La teoría de las bacterias —base fundamental del pensamiento médico actual— recién se consolidaría hacia la segunda mitad del siglo gracias a Louis Pasteur y Robert Koch. Antes de eso, los tratamientos eran fuertemente especulativos: sangrías, tónicos diluídos, reposo, aire puro e hidroterapia. Para la mente de la época, la enfermedad era un misterio que combinaba facetas espirituales, morales y ambientales.

    Los hospitales eran vistos con desconfianza -usualmente se los consideraba sitios para los pobres- y muchos preferían morir en casa antes que internarse. La esperanza de vida rondaba los cuarenta años, y la muerte infantil era una realidad omnipresente. Una de las razones que llevaba a las familias a tener múltiples hijos era, justamente, el hecho de que la mayoría de ellos moría antes de alcanzar los diez años. La fragilidad fue el clima dominante de la época.

Las enfermedades más importantes

    Entre las múltiples dolencias que asolaban al continente, algunas adquirieron un peso cultural excepcional, que se reflejó en todas las piezas artísticas del momento. Entra las más importantes estuvieron:

  • La tuberculosis (o consunción). Fue la gran protagonista del siglo XIX. Delgadez extrema, palidez, fiebre vespertina y tos con sangre. No sólo mató a millones, sino que moldeó la estética romántica: cuerpos etéreos, almas sensibles, palidez grisácea y belleza casi espectral.
  • El cólera. Explosivo, veloz y devastador. Se lo percibía como un castigo de origen incierto, que diezmaba barrios y rápidamente desaparecía. Era la enfermedad de la modernidad, ya que viajaba por las rutas del comercio global y se multiplicaba en las clases más pobres. Si bien hoy conocemos su mecanismo de transmisión, quienes vivían en los pueblos azotados por ella la consideraban un escarmiento de origen Divino.
  • La sífilis. Silenciosa y fuertemente estigmatizante. Su presencia en la sociedad victoriana generó discursos moralizantes alrededor del deseo, el pecado y la degradación física. Dado que se transmitía por relaciones sexuales, se la conceptualizó como una consecuencia del acto de romper las normas de la sociedad.
  • La melancolía y otras afecciones nerviosas. Establecidas como diagnósticos que mezclaban lo emocional con lo fisiológico, eran comunes en mujeres de clase media y alta y reflejaban las presiones sociales del encierro doméstico.

    Estas enfermedades determinaron la imaginación narrativa de decenas de autores. El escritor del siglo XIX no podía escapar a ellas, ya que formaban parte del paisaje emocional del mundo que habitaba.

Las enfermedades expresadas en la literatura

    La literatura del siglo XIX —tanto romántica como realista y naturalista— utilizó la enfermedad como elemento estructural. Se trataba de un recurso que permitía hablar de la vulnerabilidad humana en un tiempo donde la muerte era omnipresente.

    Muchos relatos, novelas y poemas usaron a las enfermedades para justificar un destino trágico, dar profundidad psicológica a un personaje, encarnar un conflicto moral, simbolizar una tensión social o explorar el sufrimiento como experiencia estética.

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    En la narrativa inglesa, francesa, rusa o latinoamericana, la tuberculosis se convirtió en un leitmotiv. Autores tan diversos como Charles Dickens, Iván Turgénev, Leo Tolstoi o Benito Pérez Galdós la utilizaron como herramienta. En sus obras, la “consunción” servía para retratar personajes sensibles destinados a desaparecer antes de tiempo. Su desarrollo evidenciaba las condiciones insalubres de las ciudades industriales y la falta de recursos entre los sectores populares.

    El cólera solía aparecer en relatos más sombríos, ligados al caos colectivo o al colapso social. En novelas naturalistas, como las de Émile Zola, la enfermedad era síntoma y consecuencia del hacinamiento urbano y de la explotación laboral.

    La sífilis, por su parte, solía mantenerse en secreto. Su presencia en la literatura estaba cargada de pudor y condena moral, tal y como ocurría en la vida real. En algunos textos circulaba como metáfora de transgresiones sexuales, hipocresía social y decadencia moral.

La atmósfera enfermiza

    La enfermedad se incorporó al clima emocional de los relatos de los autores de la época. El lector del siglo XIX era capaz de reconocer de inmediato sus signos: la vela encendida junto a la cama, el pañuelo manchado de sangre, el aire del campo recomendado como cura. Los escenarios más mundanos —una casa burguesa, un hospital, un sanatorio, un rancho en medio de la nada— se cargaban de un simbolismo propio y familiar.    

    En este auge de la fragilidad literaria, encontramos la influencia del Romanticismo. Para muchos escritores, el cuerpo enfermo era también un objeto intensificado espiritualmente. La enfermedad purificaba y abría las puertas a las emociones más profundas.

El aspecto metafórico de la enfermedad

    Una de las razones por las que la enfermedad se volvió tan central fue por su enorme potencial metafórico. La fragilidad física permitía representar problemas que la sociedad de la época no podía (o no quería) abordar abiertamente.

    En un mundo regido por la moral estricta y por rígidas estructuras sociales, los afectos debían canalizarse de formas indirectas. La enfermedad funcionó como mediadora simbólica: la tuberculosis podía sugerir la pasión sublime que consumía al personaje, la melancolía expresaba deseos insatisfechos o angustias existenciales, la "histeria femenina" era una etiqueta para emociones reprimidas por la misoginia, los desmayos y “nervios” permitían hablar de ansiedades que la sociedad negaba. El cuerpo era el lienzo físico donde se esbozaban las emociones que no se podían expresar en libertad.

La enfermedad como crítica de la desigualdad social

    La literatura realista y naturalista usó a la enfermedad para denunciar las contradicciones del progreso industrial. Las epidemias golpeaban más fuerte en los barrios pobres, mientras que la desnutrición y las malas condiciones laborales se traducían en cuerpos vulnerables. A través de personajes enfermos, los autores trazaban un mapa de los problemas que veían a su alrededor.

    En las novelas rusas, como las de Fiodor Dostoievski o Leo Tolstoi, la enfermedad del cuerpo reflejaba una enfermedad espiritual de la sociedad. En Francia, Émile Zola y Guy de Maupassant retrataron la degeneración física como efecto de la industralización. En Inglaterra, Charles Dickens mostró cómo la falta de higiene urbana condenaba a la infancia (tal y como le había ocurrido a él mismo durante su niñez).

Las enfermedades en la ficción contemporánea

    Durante el siglo XIX, las enfermedades no desaparecieron de nuestra cultura popular, sino que transformaron nuestra manera de pensar la fragilidad humana. Lo que la literatura del siglo XIX puso en escena —el miedo, la vulnerabilidad, el aislamiento y el estigma— se potenció en nuestra ficción contemporánea.

    En las últimas décadas, nuevas enfermedades y crisis sanitarias le han dado forma a nuestro imaginario colectivo: el SIDA, con su carga de estigmatización, el COVID-19, que reintrodujo el encierro, la soledad y el miedo al contagio, las campañas de vacunación, que hoy forman parte del debate social y el negacionismo médico y la depresión y la ansiedad, reconocidas como enfermedades globales de la modernidad. También podemos hablar sobre la epidemia de la obesidad y los efectos nocivos del sedentarismo. La diabetes, el cáncer y tantas otras enfermedades degenerativas se han vuelto parte de nuestra cotidianeidad.

    Estos fenómenos han reactivado, en el mundo contemporáneo, los mismos interrogantes que la literatura del siglo XIX exploraba: ¿Qué dice la enfermedad sobre quiénes somos?, ¿De qué manera revela nuestras tensiones sociales?, ¿Por qué ciertos cuerpos enferman más que otros?, ¿Cómo debe reaccionar una comunidad ante el riesgo y la muerte?

La ciencia ficción como heredera del siglo XIX

    El cine, la literatura distópica, las series y la narrativa contemporánea continúan lidiando con estas preocupaciones. Aunque hoy contamos con conocimientos médicos avanzados, la dimensión emocional y simbólica de la enfermedad sigue siendo fértil. En la ficción actual encontramos: cuerpos vigilados, epidemias que revelan desigualdades, virus que simbolizan miedos colectivos y enfermedades que expresan soledades existenciales. El legado del siglo XIX persiste porque la fragilidad sigue siendo una condición humana fundamental. Muchas de estas visiones se exploran en las distopías de la ciencia ficción.

    La literatura del siglo XIX encontró en la enfermedad una forma de narrar el mundo: un mundo vulnerable, contradictorio, lleno de tensiones morales y sociales. La tuberculosis, el cólera, la sífilis o la "melancolía" fueron símbolos profundos que permitieron explorar el deseo, la muerte, la injusticia y la fragilidad del espíritu.

    Todavía usamos el cuerpo enfermo para decir lo que no podemos callar: nuestros temores, nuestras culpas y nuestras desigualdades. Y aunque el conocimiento científico haya avanzado de manera extraordinaria, la enfermedad continúa siendo, en la ficción moderna, un territorio donde la literatura descifra lo más complejo de nuestra experiencia humana.

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  • SOBRE EL AUTOR
      Mi nombre es Rodrigo. Soy un escritor independiente Argentino, apasionado por contar historias y compartir reflexiones. Si bien mi campo predilecto es la ficción, en este blog les hablo sobre todo lo que pasa por mi cabeza: mi vida, mis experiencias, mis visiones del mundo y mi proceso creativo. Escribo desde chico ficción contemporánea y ficción gótica. He publicado relatos cortos y novelas que están disponibles para lectores de todas partes del mundo. A través de este blog, espero ayudarte a encontrar tu próximo libro favorito. 

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