Cuando Robert Louis Stevenson publicó El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde en 1886, Londres era una ciudad que atravesaba una brutal transición: las modernas locomotoras y complejas fábricas lideraban el progreso social, mientras que las rígidas costumbres victorianas monitoreaban todos los asuntos de la moral pública.
En este escenario de claroscuros, Stevenson imaginó un relato que, bajo la apariencia de una simple historia de misterio, resultó ser una potente metáfora sobre la naturaleza humana. La doble vida del respetable doctor Henry Jekyll y su alter ego monstruoso, Edward Hyde, revelaba la grieta entre el rostro que vestimos para vivir en sociedad y los impulsos más oscuros que se esconden bajo nuestra piel.
Más de un siglo después, su parábola sobre la represión y disociación del hombre sigue más vigente que nunca, quizá con un nuevo escenario: el de nuestra identidad pública y privada en la era de las redes sociales.
Un viajero entre mundos
Nacido en Edimburgo en 1850, Robert Louis Stevenson fue un escritor marcado por la fragilidad de su salud y la inquietud de su espíritu. Desde muy joven, padeció una enfermedad pulmonar que lo debilitó. Pasó buena parte de su vida buscando climas más benignos, lo que lo llevó a viajar por Francia, Estados Unidos, el Pacífico Sur y Samoa, donde finalmente murió en 1894.
Su obra es muy rica y variada. De sus relatos de aventura —La isla del tesoro, Secuestrado— a sus ensayos y crónicas de viaje, Stevenson demostró un talento para la narración que enriqueció la literatura victoriana. El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde se gestó literalmente en una fiebre: el autor soñó la trama durante una noche de pesadillas y la escribió en apenas tres días. Aquella historia breve y perturbadora lo consagró no solo como un maestro del suspenso, sino como uno de los críticos más feroces de la sociedad de su tiempo.
El lado oscuro de las represiones victorianas
Para comprender la importancia del relato, debemos mirar el rígido contexto en que nació. La Inglaterra victoriana (1837-1901) se enorgullecía de su fortaleza imperial y de su pureza moral. La virtud doméstica, la religiosidad, la moderación en las costumbres y el control sobre los impulsos eran valores centrales. La apariencia de rectitud social en la esfera pública pesaba más que la vida privada.
Pero bajo esa fachada se escondían tensiones muy exacerbadas Londres era también la capital de prostíbulos, de opiáceas “farmacias de medianoche”, de barrios miserables en los que la pobreza convivía con la aristocracia. La represión sexual, la doble moral y la desigualdad de clases alimentaban un clima de conflicto permanente. Stevenson comprendió mejor que nadie que dicha sociedad requería de una válvula de escape. Jekyll y Hyde vinieron a funcionar como una metáfora de la propia ciudad: elegante en la superficie pero abismal en sus callejones más siniestros
¿De qué trata Jekyll y Hyde?
La novela posee el formato de una investigación, presentándose casi un expediente legal. El abogado Gabriel John Utterson, amigo del doctor Henry Jekyll, detalla con creciente inquietud la relación de este respetado médico con un hombre violento y repulsivo llamado Edward Hyde. A medida que avanzan los episodios —agresiones inexplicables, un asesinato atroz—, la figura de Hyde se vuelve más amenazante y el vínculo con Jekyll, más estrafalario.
Stevenson va soltando la información muy lentamente: solo en las páginas finales se revela que Jekyll y Hyde son la misma persona. Jekyll, deseoso de separar sus instintos “indecorosos” de su reputación, ha inventado una pócima que lo transforma en Hyde, la encarnación misma de sus deseos reprimidos. Lo que comenzó como un experimento de liberación culmina como todas las adicciones: el monstruo se impone sobre el Ser, y la máscara de Jekyll se vuelve insostenible.
Un relato contundente
La publicación de la novela fue un éxito inmediato. Vendió decenas de miles de copias en los primeros meses y pronto fue adaptada al teatro, a menudo con interpretaciones que enfatizaban su carácter gótico. El Londres de la época, dos años después muy conmocionado por los crímenes de Jack el Destripador, encontró en Hyde una figura escalofriantemente realista.
Con el tiempo, la disociación del personaje se convirtió en una expresión cotidiana: “tener un Jekyll y Hyde” se volvió sinónimo tanto de la doble personalidad como de la hipocresía moral. El relato influyó en autores como Oscar Wilde, Bram Stoker y, más tarde, en las vanguardias del siglo XX que exploraron la psicología del yo. En el cine, desde las adaptaciones de la novela a comienzos de siglo hasta las películas de Hollywood con Fredric March (1931) o Spencer Tracy (1941), la figura del hombre que esconde un monstruo interior se transformó en un arquetipo hollywoodense.
El fantasma de la represión interior
Más allá de su estética y su halo de suspenso, la historia de R. L. Stevenson es una parábola sobre la represión. Jekyll no es en sí mismo un villano como la literatura victoriana nos tenía acostumbrados, sino que es un hombre atrapado entre el deseo de respetabilidad y sus apetitos humanos. Hyde representa todo aquello que la sociedad victoriana no podía permitirse: violencia, sexualidad, irracionalidad. Al crear una encarnación aparte para sus instintos primordiales, Jekyll cree ser capaz de liberarse de la culpa de poseerlos. Pero el autor nos demuestra que negar nuestros deseos solo los fortalece.
Años después, Freud representaría estas construcciones en su teoría del inconsciente: el ello, el superyo, la lucha entre impulso y restricción. Hyde es el ello puro, el impulso sin freno; Jekyll, el superyo social que intenta contenerlo. La tragedia radica en que la separación es imposible: ambos son el mismo ser. La represión, sugiere la novela, no suprime los deseos, sino que los hace más peligrosos.
¿Todos tenemos un Jekyll y un Hyde?
Podemos traer esta antiguo relato gótico victoriano y aplicarlo a la manera en que hablamos de nosotros mismos en el siglo XXI. Las redes sociales, que muchos utilizan como vitrina personal, nos llevan a mostrarle al mundo una versión cuidadosamente editada: la sonrisa, el éxito, la vida perfecta. Esa “persona pública” es nuestro Jekyll: el profesional impecable, el ser exitoso, la esfera social impecable. Pero, como en la novela, existe un Hyde que escondemos: emociones que no se publican, frustraciones, enojos, deseos que se ocultan en cuentas anónimas o en la intimidad solitaria.
Esta disociación es inherente al juego de la interconexión en el que vivimos sumergidos. Pero el peligro, tal y como nos sugiere Stevenson, está en negar que ambas facetas nos pertenecen. Cuanto más pretendemos ser una máscara, cuanto más falsa ésta sea, más fuerza cobrarán nuestras sombras. Reconocer nuestras contradicciones, aceptarlas y perdonarnos por ellas es quizás la lección más importante de la obra.
¿Vale la pena leerlo?
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde es mucho más que un relato de terror victoriano. Es una breve exploración de la hipocresía social, la fragilidad de la identidad y la lucha entre el deber y el deseo. R. L. Stevenson, con una prosa escueta y una atmósfera inquietante, ilustró una de las realidades más universales de la experiencia humana. Todos llevamos adentro un Hyde que reclama ser mirado, no para reprimirlo o violentarlo, sino para integrarlo en nuestro día a día. Porque solo cuando reconocemos al monstruo interior es cuando dejamos de ser sus víctimas.
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